Breve historia del Títere Chileno


BREVE HISTORIA DEL TITERE CHILENO
                                                Profesor Enrique Cerda

1) BUSCANDO LOS ORÍGENES

Si queremos aclarar los orígenes del teatro de títeres en Chile, debemos buscarlos en las plazas públicas, ferias y centros de diversión popular, como las chinganas y fondas. Esto se explica por haber sido la aislada expresión de ciertos artistas, nacionales y extranjeros, que recorrían el país con sus retablillos. Si bien el teatro nunca fue un espectáculo popular, existían otras formas de diversión que tenían gran aceptación, en la que participaban acróbatas, volantineros y titiriteros, cuya actuación no era bien vista por las autoridades. Oreste Plath, investigador del folklore chileno, se refiere a ellos como parte  del “teatro de la mendicidad”.

Aunque Eugenio Pereira Salas, asegura que las primeras funciones de títeres sólo comenzaron a organizarse a partir de 1813, existen algunos antecedentes para suponer que se dieron en el en el siglo XVII y XVIII, a pesar de que las actas de los cabildos de Santiago, Valparaíso y Concepción no registran información sobre ello, ni tampoco mencionan  sobre algún permiso concedido a  un titiritero extranjero que haya llegado a Chile.
“No puede negarse  que los cómicos están reputados como personas infames y de una vida relajada, por cuyo motivo, en algunas partes, se les priva de los sacramentos”,  escribía en 1978, el obispo Alday al presidente Jáuregui, oponiéndose a la concesión de un permiso para abrir un teatro permanente. La oposición de la iglesia a todo aquello que significara diversión popular se justificaba por la naturaleza anticlerical de las obras  y comedias teatrales o titiritescas que se representaban, especialmente en las fiestas profanas que se celebraban conjuntamente con  una festividad religiosa. En estas fiestas se hacían juegos de sortija, cañas, autosacramentales, corridas de toros y, posiblemente, funciones de títeres, tal como sucedía en España.
Ya en el gobierno de Jáuregui pudo instalarse un teatro profesional, pero solamente al final de siglo se construyó el primer teatro en Santiago, en el basural Santo Domingo. Uno de los organizadores fue el artista Oláez, quien presentó obras nacionales y españolas,  además de espectáculos volantineros.
A este mismo Oláez, lo veremos trabajar después, con títeres, en el Virreinato de la Plata. Gustavo Opazo, en su Historia de Talca, señala que en 1780, “dejaron recuerdos imborrables las compañías de títeres, con sus característicos personajes vestidos de colores chillones y que remedaban la vida de un vecino o representaban una historia regocijante”.
Varey, en su libro Historia de los Títeres en España, aclara la posible confusión que hubo,  en el siglo XVIII, acerca del doble papel que le correspondió desempañar a los titiriteros y los volantineros. El término volantín es sinónimo de títere y el  siglo XIX se usaba la palabra títere para designar el acróbata. Esto, porque los titiriteros solían formar parte de compañías que ofrecían gran cantidad de diversiones, figurando con el nombre de volantineros, los cuales eran considerados como artistas múltiples.
Quizás ello explique la aparente falta de información sobre el títere colonial. Aunque ya en el siglo XVIII se tiene en España una información precisa de los títeres de guante – modalidad introducida a España desde Italia – fundamentalmente en el siglo XIX las funciones de títeres adquieren más importancia.
Durante el período de la Reconquista,  el títere de guante se constituyó en un feroz crítico del régimen español. El presidente Marcó del Pont, que se vanagloriaba de ser un buen gustador del teatro, fue centro de numerosas sátiras y farsas. El teatro de títeres, con fines de sátira política, se practicó mucho por aquellos años. Don Diego Barros Arana, se refiere a una función de títeres en 1837, en el Templo de San Agustín.
En ella uno de los títeres representaba al diplomático Antonio de Irisarri que, con el nombre de Singuisarri lo satirizaban con motivo de la firma del tratado de Paucarpata.
         En Santiago, uno de los más destacados titiriteros fue el peruano Mateo Jeria, que ya se había presentado en varias ciudades del país. Instalado en el teatro de la Casa Nueva, en la calle Gálvez, actual calle Zenteno, dio numerosas funciones, teniendo como protagonista al famoso don Cristóbal. Un competidor muy serio fue José Santos, originario de Concepción, que se presentaba todos los fines de semana, desde 1871, en el Parque Forestal.
         En aquellos años los títeres eran tan populares que llegaban a rivalizar con el teatro. A partir de 1875 se constituyó en una costumbre obligada del santiaguino asistir a las funciones  de títeres del maestro Tapia, que popularizó los personajes de Don Cristóbal y Mamá Laucha. Este titiritero de mucha influencia en otros artistas de la época, acompañó a las tropas chilenas en la guerra del Pacífico en 1879. Sus personajes, Don Cristóbal, Mamá Laucha, Don Canuto de La Porra y el Negro, animaron mucho a los valerosos soldados nacionales.
         Era tradicional que en los días de Fiestas Patrias, se organizaran funciones de títeres, acompañadas por el batir de zamacuecas y las melodías alegres de guitarras y arpas. Por ejemplo, el 18 de Septiembre de  1871 la Municipalidad de Santiago contrató la compañía del maestro Fernández para una serie de funciones en la ciudad. Un diario de la época destacaba este hecho en su editorial:
         “Se nos olvidaba  lo más importante y tal vez lo mejor de las fiestas para nuestro público. Como ésta, es una novedad muy agradable para cierta clase de nuestra sociedad, que goza con los monos de palo y con los pequeños argumentos que se encargan de desarrollar los titiriteros, con palabras y dichos agudos, refranes vulgares, cargaditos de ají algunos, con chanzonetas y puyas a esto o aquél, más que cualquier espectáculo, más culto y tal vez más moral. Seríamos capaces de apostar que no menos de 2000 personas se van a reunir mañana en el óvalo de San Miguel, en la noche de mañana y del veinte, que son los días señalados para que tengan lugar los dichos títeres”.
        
         2) Personajes titiritescos

         Con motivo de la transformación del cerro Santa Lucía, se creó en su falda un  teatro al aire libre, en el cual desde 1875, se  organizarían funciones de títeres. También el periódico El verdadero Liberal nos habla, desde 1827, de un teatro organizado por Carlos Fernández para representar obras en general y que, según el cronista, “más parecía un corral de títeres que una verdadera casa de comedias”. De hecho, hay un reconocimiento de la existencia de los corrales de títeres, al estilo de los organizados en España.

         Los personajes que mejor interpretaban el espíritu de nuestro pueblo fueron Don Cristóbal y Mamá Laucha. El primero, siendo un personaje muy tradicional en España, adquirió en nuestro país formas y costumbres muy criollas. Dejó de ser el prototipo del eterno cornudo, amante frustrado y hombre de la cachiporra, para convertirse en un personaje con toda la picardía criolla. Era el héroe invencible de todas las farsas y comedias para títeres. Algunos cronistas lo recuerdan desafiando el cielo y la tierra y diciendo a grandes voces: “Yo soy Don Cristóbal, Hopa, hopa, cacareando como un gallo y borneando un gorro”.
         Mamá Laucha era una mujer hombruna, peleadora y metida en todo lo ajeno y que aparecía en escena al grito de: “Hupa, hupa, cachupa, hupa”. Con ella se destacaban también Josesito debajo del mate que se constituyó en héroe de grandes y chicos. Vicente Pérez Rosales, nuestro inolvidable escritor, en sus Recuerdos del pasado, se refiere a él en los siguientes términos: “Lo que es teatro, poco o nada se estilaba; porque todavía los títeres, verdaderos precursores del teatro, cuasi ocupaban por entero su lugar. Así es que muy de tarde en tarde hacían olvidar los chistes del antiguo Josesito, hoy don Pascual, algunos espantables comediones o sainetes que con el nombre de autosecramentales, solían representarse en los conventos”.

                                      (Continuará)